Frank Layden, genio dentro y fuera de los banquillos, endereza a los Jazz

Breve historia de los Jazz, episodio II

Cerramos el primer episodio de nuestra breve historia de los Utah Jazz hablando de la mudanza de la franquicia, desde New Orleans, donde se había fundado en 1974, a Salt Lake City, a donde llegó cinco temporadas después perseguida por los problemas económicos. A pesar de la remota localización de la nueva sede del equipo, el éxito de los Stars de la ABA no mucho tiempo atrás, presagiaba buenos augurios. Sin embargo los resultados no fueron de la mano y en general la situación era bastante precaria. El héroe que mantuvo la esperanza viva y terminó cambiando para siempre a los Jazz no fue ni más ni menos que Frank Layden.

Frank Layden, que había entrenado a Calvin Murphy en Niagara en los 70, sólo llevaba tres años como asistente en los Hawks de la NBA cuando fue ofrecido el puesto de manager por los entonces New Orleans Jazz en 1979. El natural de Brooklyn, un hombre divertido, generoso y cómplice de sus jugadores, superó sus reticencias iniciales al trasladarse con la franquicia a Utah para convertirse en la figura principal de la historia de la franquicia. No sólo llegaron en parte gracias a él nombres de la talla de Darrell Griffith, Rickey Green, Karl Malone, John Stockton o Mark Eaton, también le dio la oportunidad de ser entrenador jefe al legendario Jerry Sloan.

A pesar de la presencia de Pete Maravich, los Jazz contaban con una de las peores plantillas de la liga, problemas financieros graves, un pabellón anticuado para la NBA en 1979 y además habían conservado el nombre y los colores del Mardi Gras que no tenían conexión alguna con el nuevo estado. Los constantes batacazos en el draft no ayudaban, y Layden apenas contaba con el espectacular anotador Adrian Dantley, que había llegado procedente de Lakers a cambio del mítico Spencer Haywood. Con Dantley en el equipo al menos la afición iba a ver baloncesto ofensivo, promediando más de 28 puntos por partido durante sus tres primeras temporadas en Utah – y más de 30 en dos. Sin embargo no fue suficiente para convertir a los Jazz en ganadores, y durante esos tres años iniciales en la Midwest, apenas ganaron 24, 28 y 25 partidos. El precio de ver un encuentro en aquellos momentos era de un dólar y medio, tal era el producto en pista. Ni siquiera Layden pensaba que los Jazz fueran a durar mucho en Utah.

Hasta que Frank Layden abandonó los despachos en el 81 para bajar a la pista y convertirse en el entrenador jefe del equipo. El nuevo técnico de los Jazz cambió el chip del equipo de inmediato y planteó dar espectáculo. A pesar de haber incorporado en el draft del 80 al Rookie del Año, Griffith y a Green procedente de los Hawaii Volcanos de la CBA, Utah seguía con una plantilla mediocre y Layden pensaba que al menos tenían que entretener al público. Con su fuerte acento neoyorquino diría:

«No éramos muy buenos asi que si podía resbalarme con un plátano y caer al suelo y la gente lo recordaba y eso ayudaba a que volvieran, pues había que hacerlo, ¿sabes?».

El mismo Frank Layden puso muchísimo de su parte para tratar de enganchar a la afición en Salt Lake City, destacando por su gran sentido del humor, que no sólo mostraba hablando con la prensa o discutiendo con los árbitros en la pista, sino haciendo bromas a otros entrenadores o en cualquier acto público que se le ocurriera. Durante aquellos años no había probablemente ser más querido en Utah que Frank Layden.

Con él en el banquillo los Jazz comenzaron a ganar, lentamente pero con paso firme. Gracias no sólo a su conexión con sus jugadores – uno de los primeros entrenadores en aquella rígida NBA en apostar porque sus hombres «simplemente se divirtieran» – sino a la llegada de Danny Schayes, Eaton y Thurl Bailey en el draft y John Drew vía Atlanta, Layden llevó a Utah a los Playoffs al final de la 83-84, consiguiendo además el título de Entrenador del Año, el de Ejecutivo del Año y el premio cívico J. Walter Kennedy. Todo esto a pesar de que en el 82 los problemas financieros de Sam Battistone, por aquel entonces el propietario, y el rechazo de Dominique Wilkins de jugar en Salt Lake City, habían hecho que los Jazz tuvieran que vender la tercera elección de dicho draft a los Hawks, idea que, por otra parte vino del propio Layden, al que el dueño le había dicho que necesitaba un millón de dólares para salvar la franquicia – Ted Turner, dueño de los Hawks, les mandó medio millón más, y es que, en propias palabras de Frank Layden, le dijo que cuando se necesita dinero y se está desesperado siempre hay que pedir algo más.

En 1984 los Jazz consiguieron por primera vez en la breve historia de la franquicia terminar por encima del 50% con 45 victorias y 37 derrotas, además de ganar la Midwest Division y entrar también por primera vez en Playoffs. Pasados los primeros cursos del equipo en Utah, donde llegaron a pasar una veintena de jugadores por el vestuario casi cada año, los Jazz habían conseguido cuadrar un sólido bloque bajo el mando de Frank Layden con Dantley como anotador y principal figura, 30,6 puntos con casi 56% de acierto en tiros de campo, y flanqueado por Griffith – o Dr. Dunkenstein – y Bailey. Drew enchufaba más de 17 tantos de promedio desde el banco, y Eaton y Green proporcionaban excelsa defensa en las posiciones de pívot y base. El primero con 4,3 tapones en apenas 26 minutos por noche, y el segundo con casi 3 robos de media.

En los Playoffs superaron a los Nuggets de Alex English, Dan Issel, Kiki Vandeweghe y Danny Schayes – traspasado a Denver a cambio de un ex New Orleans Jazz, Rich Kelley – por 3 a 2, aunque luego caerían en semifinales de conferencia con los Suns de Walter Davis y Larry Nance por 4-2. Sin embargo lo importante es que los Jazz habían dado un gran primer salto en busca de la estabilidad que les permitiera asentarse en la NBA en Utah, y en el camino habían hasta ganado una serie de Playoffs. Además habían tenido que hacerlo en medio de una atmósfera muy complicada, con Battistone tratando de sacar dinero hasta de debajo de las piedras, incluyendo la disputa de partidos de liga regular en Las Vegas.

La mejora del talento disponible no fue nada desdeñable, pero la especial personalidad de Layden y su manera de conectar con jugadores y aficionados consiguió que los Jazz superaran tamañas adversidades para colarse entre los mejores de la liga. Todavía hoy se recuerdan con humor y cariño multitud de historias protagonizadas por este neoyorquino de 85 años, como cuando convenció a Karl Malone de que el desfile anual de los Jazz en el Día del Pionero – fiesta estatal en Utah – era específicamente por su cumpleaños. O cuando recibía a los periodistas de la costa Este con un: «debes estar satisfecho de respirar por fin un aire que no ves». O cuando, tras ser preguntado si entrenar al Oeste en el All-Star del 84 era lo más divertido que le podía pasar dijo: «no, mi luna de miel fue muy divertida».

Layden acabaría perdiendo la gracia, para algunos, y terminaría por abandonar los banquillos tras cinco años seguidos clasificando para los Playoffs y con unos Jazz perfectamente posicionados en el Oeste con Malone, Stockton, Eaton, Griffith o Bailey. Sin embargo seguiría dentro de la franquicia como manager, mientras su asistente Sloan se hacía con los mandos e iniciaba su brillante carrera al mando de los Jazz.

Sin Layden no habría Utah Jazz, y no sólo porque con él llegasen Stockton, Malone y Sloan, sino porque en equipo entre la espada y la pared su genial personalidad le dio al equipo un carácter que no tenía y le impulsó a hacer Salt Lake City su hogar definitivo. Él todavía vive allí.

En el siguiente capítulo hablaremos ya de la era Stockton-Malone y la llegada de otra leyenda, el hombre de negocios local Larry H. Miller, que también impregnó para siempre a la franquicia de su carácter y personalidad.