Sobre el «odio» a LeBron James

¿Por qué se le critica siempre que falla?

Fuente: Keith Allison (CC)
Fuente: Keith Allison (CC)

Que Twitter es la tercera cosa más divertida que le ha pasado a la humanidad en toda su historia tras la Revolución Francesa y el desarrollo de la píldora anticonceptiva creo que es algo en lo que todos los aquí presentes estamos de acuerdo. Pero creo que también coincidirán ustedes conmigo en que, por otro lado, se está siendo un amplificador de uno de los peores vicios de nuestro tiempo: la simplificación.

En una época en el que todo es etiquetado en base a la más evidente de tus características, hemos creado un mundo en el que se ha llegado a llamar literatura a «La catedral del mar» solo por estar encuadernado en forma de libro; o calificamos como rock a un grupo que canta sobre un anormal al que no le dejan entrar en una discoteca por no llevar el calzado adecuado, solo porque hay guitarras mientras alguien vocea cosas. Twitter no ha creado este mundo, ya estaba así de jodido antes, pero sí que lo está llevando a cotas más altas. Y al ser esta red social, un vertedero de opiniones, hemos llegado a un punto en el que si te gusta algo y lo expresas en voz alta eres un fanático de ello, pero si lo criticas eres un hater. Signifique lo que signifique tamaña gilipollez de anglicismo.

Huelga decir que en el mundo del deporte esto es mucho más evidente, puesto que junto a la política es el tema de conversación sobre el que más gente suele opinar sin tener unos conocimientos básicos, y donde menos están separadas razón y corazón. Por eso, cuando hoy se me ocurrió usar mi cuenta para hacer escarnio y mofa pública sobre la poca habilidad de LeBron James en los momentos cruciales de los partidos, lo que ocurrió estaba dentro de lo imaginable: un montón de fans tachándome de hater. Pero que sea algo imaginable no significa que no me moleste, joder, de hecho es algo que me molesta bastante porque no odio a LeBron James. En absoluto. Tampoco digo que no haya cosas que odie, no soy un angelito bondadoso ni Homer en aquel capítulo de los Simpsons en el que le eliminan toda la rabia del cuerpo, aquí mi Top-5 de cosas que odio con toda mi alma:

  1. El liberalismo económico
  2. El machismo
  3. Las políticas conservadoras en materia social
  4. El Real Madrid
  5. El vendedor de colchones que todos los domingos de verano pasaba con el megáfono a todo lo volumen por delante de casa de mi abuela

LeBron James no está en esta lista y es que el de Akron me parece un grandísimo jugador de baloncesto, quizás el físicamente más completo que ha pisado una cancha desde que a Naishmith se le ocurriese la idea de dividir una clase en dos grupos y ver cuál de los dos metía más veces el balón dentro de un cesto. Además, por lo que cuenta gente tan fiable como Gonzalo Vázquez, parece ser que también es una bellísima persona muy involucrada con la comunidad de Ohio. En resumen, no hay odio en mí hacia su figura, ni como jugador ni como persona.

Entonces ¿por qué haces escarnio público y te quieres mofar de él en Twitter? Pues porque también hay cosas de él que no son nada positivas ni respetables desde mi punto de vista, y como 350 días al año es un jugador increíble del que todo el mundo está diciendo maravillas y nadie muestra la otra cara de la moneda, pues habrá que aprovechar los 15 restantes (que generalmente se suelen de dar en Junio, no me pregunten por qué) para dejar claros los puntos por los cuales hay quienes no consideramos a LeBron James como un jugador digno de los altares NBA,

No es un maldito ganador.

Sí, ha jugado tropecientas finales seguidas y es el único jugador capaz de hacer aspirante al título a cualquier franquicia a la que llegue -sirvan Dwyane Wade, Carmelo Anthony o Chris Paul como ejemplos de lo contrario-, lo que le convierte sin duda en un ganador. Pero no en un maldito ganador. Para los que no entiendan este término: un maldito ganador es aquel jugador que vendería a su padre para ganar el siguiente partido. Tengo una lista de todos los jugadores que han pasado por la NBA ordenados según este parámetro y está encabezada por Bill Russell y cerrada por Dwight Howard; créanme, la actitud de LeBron dejándose llevar durante el tiempo previo al triple de Ray Allen en las finales ganadas contra Spurs, o su paseo indolente en los últimos minutos de sus derrotas contra los Dallas Mavericks, están bastante más cercanas al ganador de 11 anillos que al que aún tiene virgen el contador.

Los rivales están para ser destrozados.

Sea lo que sea lo que motiva a los humanos a competir está ahí desde que somos niños. Por eso en el patio de recreo siempre elegían los dos mejores o los dos peores con el fin de crear equipos equilibrados, volviéndolos a hacer al grito de: «es que abusáis» en caso de que quedasen descompensados y uno ganase de manera clara. La NBA no es fútbol -gracias a dios-, siendo lo bonito de esta liga es que cualquiera puede ganar a cualquiera. Por eso, cuando aparece alguien con pinta de abusón se le desprecia.

LeBron James y el enorme equipo de asesores que le acompañan desde una edad en la que lo único que nos acompañaba a nosotros eran los granos y un paquete de pañuelos jamás supieron entender esto. Que lo que hizo de Magic y Larry dos de las leyendas más grandes en la historia del deporte no fueron sus éxitos deportivos sino su rivalidad; que si la gente admira a Michael Jordan no es por haber ganado 6 anillos, sino por haber luchado, luchado y vuelto a luchar solo frente a los malditos Bad Boys, a los puñeteros Boston Celtics, y a los pesados de los Philadelphia 76Sixers, hasta ser lo suficientemente bueno y haber aprendido a confiar lo suficiente en sus compañeros como para destrozarlos a todos y alzarte con la gloria.

Siempre que defiendes a los grandes jugadores de las décadas de los ochenta y los noventa aparece alguien que te dice aquello de: «no, es que como jugaron en los ochenta los tenéis idealizados». Sí, puede ser que los tengamos idealizados, pero ¿por qué es así? ¿No será porque eligieron destrozar a sus rivales, sabedores de que cuando mayor sea el desafío mayor es la recompensa?

Si LeBron James se hubiese quedado en Ohio como Jordan se quedó en Chicago o Jerry West en Los Ángeles, sus campeonatos estarían a la altura de los de estos, pero si te juntas con dos de los cinco mejores jugadores de la peor conferencia para solo así poder ser capaz de ganar no esperes que nunca, jamás, tus logros se puedan comparar a los de estos.

La hipocresía

A pesar de que sus fans no hayan reflexionado sobre el sentir reflejado en el anterior epígrafe, Nike LeBron sí que lo acabaron haciendo. Su maniobra de moverse a Miami, aparte de no ser tan exitosa deportivamente como se pensaba, en cuestión de imagen pública había sido un completo desastre. Había pasado de ser un jugador admirado por la mayor parte de los aficionados al baloncesto, el hijo favorito de Ohio y el especial de Massacusetts, a ser odiado más allá de las fronteras de ese asilo llamado Miami.

Si hay algo que el común de la gente deteste es a los cobardes y a los presuntuosos. LeBron James fue ambas cosas la noche de The Decision, la primera por lo comentado anteriormente y la segunda por todo el show montado en televisión alrededor de su «trascendental» sentencia. Por todo ello, cuando decidió volver a Ohio había que venderlo como algo más que un cambio de aires tras un proyecto caduco y por eso se publicó una carta que solo los necios fans se creerían. Jamás se me ocurriría dudar de que a alguien le haga ilusión ganar un anillo con el equipo de su ciudad, sería del género tonto hacerlo, pero no me vendas que lo haces por la comunidad, por tu pueblo, y por los niños. Decía mi abuela que el camino se demuestra andando, y el suyo le llevó a los Heat.

El campeonato no es para traer alegría al estado más desastroso deportivamente hablando de todos los EEUU, es para él. Para lograr un anillo al que nadie le ponga la inscripción de «ganado con los colegas» o «dejó tirado a los de su barrio para ganar con los de enfrente».

Hay otras muchas cosas, como sus piques con todos aquellos compañeros que se atrevan a cuestionar su liderato, o sus continuas desavenencias con sus entrenadores, pero la verdad es que me parecen secundarias al lado de todo lo expuesto. Ahora, me iré a disfrutar del que es uno de los mejores jugadores que he visto en directo y que posiblemente deje detrás de él un reguero de récords solo comparable al de Wilt Chamberlain, la otra gran bestia física que al igual que LeBron James batió toda marca existente, dominó el juego durante dos décadas y no pudo acabar con un saldo positivo de finales ganadas.

Para sus fans, un consuelo: el legado de  LeBron James no se acabará cuando se retire, como jugador está siendo magnífico, pero como General Manager promete ser apoteósico.