Stephen Curry: La sonrisa de la magia

El baloncesto necesitaba un jugador como Curry

Fuente: Tim Donovan (cc)
Fuente: Tim Donovan (cc)

La sonrisa es parte de la vida, la magia es parte del baloncesto. Normalmente se tiende a separar ambas cosas, como si el baloncesto no formara parte de nuestras vidas, pero de vez en cuando aparece alguien que nos recuerda que el baloncesto también es sonreír.

La primera vez que vi a una sonrisa hacer una asistencia en contraataque no pude mas que esbozar una bien grande. Su dueño, Magic Johnson nunca dejó de sonreír y nunca dejó de darnos ese tan preciado «showtime» que maravilló al Mundo.

Desde entonces han pasado muchas sonrisas por la NBA. El mítico Andrés Montes ya lo decía: «Todos los jugones sonríen igual» pero no era lo mismo. Entonces, un hombre con la cara de niño irrumpe en la liga con una sonrisa, no una cualquiera, una sonrisa mágica.

El juego de Stephen Curry pocas veces se ha visto antes en la NBA, personalmente nunca vi nada igual. Stephen es un niño jugando en el jardín de su casa. Aquel niño que saludaba a Petrovic sentado en las piernas de su parde Dell Curry. Se divierte, se ríe, y sobre todo… hace que nos empecemos a cuestionar la existencia de la magia.

A menudo, al ver a Stephen jugar, cierro los ojos, imagino un parque lleno de niños jugando al baloncesto, imitando a sus jugadores favoritos, disfrutando de nuestro deporte, y al abrir los ojos sigo viéndolo en él. Algunos jugadores son tan competitivos que disfrutan del baloncesto a su manera. Es el caso de Michael Jordan  o Kobe Bryant. Su afán por la perfección y el instinto depredador activado, hace que la sonrisa tenga menos espacio en su juego. Steph es diferente, es capaz de aniquilarte mientras sonríe. No es una falta de respeto, es un honor.

Toda época en el baloncesto ha estado marcada por cambios. La risa de Magic cambió el juego hacia un baloncesto de transición, más rápido, más moderno. Jordan cambió todo. Desde el marketing hasta la valoración del gimnasio, hasta la psicología del deporte, pasando por un dominio del juego jamás visto. Kobe quiso continuar con el legado de Jordan, algo que realmente consiguió. LeBron llegó a la liga para dar un golpe sobre la mesa con su dominio completo, pero nos faltaba la sonrisa de nuevo, el juego alegre y… la llegada de la «era del triple».

Stephen Curry es el abanderado del auge de una nueva era, una nueva etapa. El baloncesto necesitaba un jugador como Curry, alguien con cara de chico de 17 años que domine la liga a su antojo como si del parque al salir de clase se tratara.

Un dominio del bote y manejo de balón envidiable, sólo visto cuando golpeas el analógico de tu PlayStation para hacer cambios de mano, sumado a una capacidad de asistir a tu compañero de la manera más fluida posible y sobre todo, la capacidad de ejecutar su tiro desde cualquier posición (da igual la distancia), oposición o momento. Sus movimientos y finalización desafían al globo ocular para seguir la jugada. Es sencillamente único, el ilusionista de la sonrisa.

Cuando un jugador de baloncesto, por el simple hecho de tener el balón en sus manos, despierta una expectación en el aficionado por saber qué hará en los próximos segundos, con qué truco de magia nos deleitará ésta vez, sabes que no es calificable. Y cuando tras terminar el truco y hacer la reverencia en forma de saludo no te ha sorprendido porque sabías que es capaz de cualquier cosa, más aún. Así es Stephen Curry, el mejor jugador en el mejor equipo.

Ya lo he comentado alguna vez, pero creo que la siguiente anécdota explica lo que ha conseguido Stephen Curry:

Mi hermano de 8 años ha empezado a jugar este mismo año, y un día, al llegar a casa, me puso en el ordenador un vídeo de jugadas de Stephen Curry, y sólo me dijo una cosa: “Chache, mira, yo quiero ser cómo él» 

Yo le hablo de Kobe Bryant, de Michael Jordan, en el club, los niños con un par de años más le hablan de LeBron, algunos de Durant, pero él ha escogido por sí mismo al jugador al que empezar a amar este deporte. La sencillez de Curry, su aspecto, y su juego han hecho que sea cercano. Todos nos podemos sentir identificados con él, porque todos hemos jugado alguna «pachanga» para divertirnos y todos hemos sido niños.

Nunca olvidaré mi etapa universitaria. En mi primer entrenamiento en Davidson, mi entrenador me preguntó si quería rendirme, y le dije “no”. Desde entonces he luchado hasta ahora. Siempre fui el chico más pequeño de mis equipos, y tuve que rehacer mi tiro porque tenía una mecánica horrenda.

No tienes porqué tener una increíble historia para triunfar. Solo necesitas fe y dejarte el culo trabajando.

Las palabras de Stephen Curry en la rueda de prensa del galardón del MVP son sencillas, sinceras, como él. No oculta nada, todo ha sido trabajo, esfuerzo y diversión, sin poner más a una que a otra parte. Y a nosotros sólo nos queda disfrutar del número todo lo que podamos, ya que, puede que no exista, pero Stephen Curry ha sido capaz de ponerle una sonrisa a la magia.